Familia y escuela: expectativa versus realidad

Por Mariángeles Castro Sánchez (*)
Todo comienzo es una oportunidad. Así entendido, el inicio
del ciclo lectivo enmarca un conjunto de expectativas sobre el desarrollo del
año que atraviesa a los diferentes actores: padres, docentes y también alumnos.
De tal modo vivenciamos el arranque: chicos de estreno con mochilas abultadas,
padres deseosos de volver a sus rutinas y maestros con objetivos intactos que
esperan ser cumplidos. Nuevos vínculos comienzan a forjarse en un clima de
entusiasmo y altas posibilidades.
La postal es casi idílica. Acompañamos a los chicos a la puerta
y los despedimos con abrazos y recomendaciones. Pero ¿qué sigue después? ¿Qué
estamos dispuestos a aportar como padres para asegurar el éxito del proceso?
Del otro lado del umbral se sitúan los maestros que los reciben en sus aulas.
Cuando cierran por fin la puerta y quedan a solas frente al grupo, ¿cuánto pesa
el afuera? ¿Prestan atención al contexto más amplio y trabajan para integrarlo?
¿O continuamos funcionando como estancos? Los acuerdos básicos son en todos los
casos necesarios y este no es la excepción. La apertura debe ser recíproca:
familias y escuelas, en un ida y vuelta. Instituciones educativas ambas, más
allá de los decálogos de buenas intenciones largamente recitados, nos
preguntamos cuáles son las prácticas concretas que las vinculan. Y cómo pueden
contribuir, cada una desde su espacio, a que la interacción se traduzca en
progreso hacia una educación a la altura de las generaciones venideras.
Unir expectativa y realidad, superando la antinomia. Es este
el desafío. Escuela y familia, agentes socializadores de primer orden,
conscientes de su responsabilidad, deben salir al encuentro, resolver tensiones
y accionar de manera coordinada. La escuela, de puertas abiertas al entorno
comunitario más amplio. La familia, manifestando un compromiso activo con la
educación de sus miembros, sabiendo delegar lo delegable y asumiendo rectamente
lo propio.
Es claro que ellos, niños y niñas, descubrirán el sentido de
su escolarización y aprovecharán al máximo la experiencia si previamente sus
padres la consideran valiosa y así se lo transmiten, mediante una disposición
empática y una presencia dialogante. Este anclaje resulta insoslayable y es un
nudo crítico en sociedades en las que la información está al alcance de todos
en cualquier momento y lugar. En épocas en las que se impone formar un criterio
que distinga lo central de lo periférico, lo primario de lo secundario, lo banal
de lo relevante. Y en las que es preciso obtener una visión global de
realidades que se despliegan fragmentadas y difusas.
Y es aquí donde la educación parental y la académica
confluyen, quizás hoy más que nunca. En la necesidad de un enfoque formativo integral
y a la vez personalizado que afiance a la familia en su rol educador e impulse
a la escuela a explorar nuevos formatos y dinámicas. La coherencia vendrá dada
por una mayor articulación que posibilite trascender la dispersión de mensajes,
contenidos y valores.
Y por la expresión de un pacto fundacional que dé cuenta
de esta toma de conciencia. Sabemos que en este ejercicio nos estamos jugando
el futuro.
Porque detrás de todo, despejado cada elemento accesorio,
encontramos el cabal sentido de las cosas: hechos, conceptos y relaciones. Aquí
es donde emerge la consistencia que moldea a la persona en formación (que somos
todos). Cuanto más a niños y jóvenes, que son receptividad pura a los múltiples
estímulos y manifestación concreta de la aceleración en la que estamos
inmersos. Comencemos por lo micro, que es un punto de partida auspicioso. Que
este impulso inicial nos mueva a la reflexión, a cada uno desde su rol. A
preguntarnos qué estamos dispuestos a dar para estar a la altura de nuestras
propias expectativas, de esas muchas que solemos tejer en los albores de nuevas
etapas. Y cuál será nuestra contribución para que, llegados al final del
trayecto, la realidad nos devuelva, ampliada y viva, la imagen mental que
proyectamos por estos días.
(*) Directora de la Licenciatura en Orientación Familiar del
Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.
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